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domingo, 2 de octubre de 2011

El rey mendigo

Érase una vez un rey que vivía próspero en su palacio, gobernaba sobre ricas tierras, tenía una hermosa esposa que le había dado a luz un par de preciosos hijos, era amado por su pueblo porque era justo y ni sus riquezas ni su poder le habían envilecido. Pero llegó un día en el que su hermanastro tramó su ruina. Con artimañas e intrigas volvió a la gente en su contra, convenciendo a consejeros, haciendo subir impuestos y creando disensiones y fomentando la división y la confrontación entre los ciudadanos y los caballeros del rey y haciéndolo impopular a su vista pese a los esfuerzos de éste por arreglar la situación. Su posición, su influencia hacía que los consejeros se doblegaran y actuaran en su nombre, a la vez que él mantenía su estatus y mantenía su condado a salvo de sus propias fechorías. Todos le temían, y su hermano lo toleraba por ser de la misma sangre, y aunque desconfiaba de él como no era cruel simplemente intentaba mantenerlo apartado de la corte, lo cual enfurecía y enrabietaba al muy malvado. Esos sentimientos de venganza se concretaron el día en el que se inició la revuelta. Los condados se alzaron a los mandos de sus señores, corrompidos por el dinero y la ambición plantada en sus corazones por el mal hermano. Llegado al castillo, capturó a nuestro rey, lo despojó de sus ropas, lo marcó con las mismas marcas que tienen los esclavos para que nadie pudiera creer que era un rey y lo cubrió de harapos y se encargó de echarlo del país a modo de escarnio porque matarlo le parecía demasiado piadoso. Desposó de nuevo a la reina, usurpó el trono, para lo cual hizo desaparecer a los hijos y legítimos herederos. Como nadie se atrevía a contradecirlo, así quedó la cosa, ahora viviendo en el miedo y por el miedo.

Nuestro rey vagó por mucho tiempo en ciudades alejadas, sin medios para intentar acercarse, sin que nadie pudiera creer a un sucio esclavo mendicante. Sentado en el suelo, acurrucado contra una esquina para evitar el frío, desnutrido. Al verlo un monje se le acercó. Era muy anciano y venerable y caminaba ayudado por un recio bastón.
-El consuelo llegará para los pobres de corazón, pues son ricos de espíritu -dijo el monje-.
-¿Qué consuelo queda para mi cuando lo he tenido todo y todo lo he perdido? hubiera valido más que hubiera muerto.
-La vida es el tesoro más valioso. Considérate afortunado de seguir vivo.
-¿De qué me sirve estar vivo si no puedo luchar por lo que tuve ni arreglar lo que me ha llevado a estar así?
-El destino de los hombres me está vedado conocer, pero el sabio sabe que si la vida te da otra oportunidad es porque aún tienes un papel que jugar antes de que se acaben tus días.
-¿Qué puedo hacer en las condiciones en las que estoy? ¡soy un rey convertido en esclavo! quien me mira no ve lo que fui, ve lo que aparento ser.
-Has perdido tu corona y has perdido tu aplomo. Has perdido tu cetro y has perdido tu confianza. Has perdido tu manto y has perdido tu seguridad. Has perdido tu espada y has perdido tu valentía. ¿Acaso tus prendas te convierten en rey o es tu sangre quien lo hace? ¿lo que te han robado está fuera o está dentro de ti? más grave es lo que tu has dejado de ser que lo que tu has dejado de parecer.
-Si eres tan sabio, dime qué debo hacer ahora.
-Ahora sólo debes empezar de nuevo, aunque seas el mismo eres nuevo. Deberás volver a aprender, a moverte, a trabajar. Deberás aprender a sobrevivir hasta que llegue el día en que está tu destino marcado.

Y el monje se alejó dejando solo y confuso al pobre rey. Pasó mucho tiempo y el rey mendigo empezó a darse cuenta de que ya no podía recuperar todo lo perdido. Empezó a trabajar de labriego para un duque que no le reconoció. Pero el rey sabia quien era, sabía que era alguien de fiar aunque fuera de otro país, pues alguna vez lo había alojado dentro de las murallas de su castillo, así que se esforzó por ganarse su confianza. Poco a poco fue ganando el aprecio de éste, hasta que un día le contó quien era y como había llegado hasta allí. Al principio dudaba de su palabra, pues solo había visto al rey en contadas ocasiones y su aspecto era completamente distinto. Al punto lo hizo bañar, afeitar y cortar el pelo y le puso ricos trajes y su apariencia regia volvió a mostrarse. Ya sin dudas y habiéndolo reconocido porque aparte de la apariencias se habían oído rumores y estaba al tanto de la historia y los detalles que le aportó la versión del rey le parecieron verídicos. El descontento se había apoderado del país, y los países vecinos no veían con buenos ojos al nuevo rey. El tener al legítimo suponía una razón de peso para ir a ver a su monarca y decidir el destino de los dos países. Restituir al verdadero rey a su trono sin duda convertiría en grandes aliados y las ventajas comerciales de la alianza serían evidentes. Nada de esto se le escapó ni al duque ni al rey cuando el primero condujo al que fuera mendigo ante la corte. Nuestro rey hincó las rodillas en el suelo y pidió ayuda y firmaron una alianza: los países se hermanarían y el quedaría como consejero y velaría por su pueblo legítimo y a cambio el reino se uniría a su próspero vecino. Tal y como se dijo se hizo y con ayuda de otros países y tras una guerra salvaje que acabó con la muerte del usurpador, se consiguió restaurar lo que antes fue un reino justo.

El rey mendigo, ahora consejero de la corte del gran reino que se había formado había recuperado parte de lo perdido, pero se lamentaba por lo que no había podido recuperar. En ese momento llegó el monje, como salido de la nada y le dijo estas palabras:
-Lamentarse por lo perdido no servirá para ayudarte con lo ganado. Has padecido mucho para arreglar las cosas de tu país, pero no has podido arreglar las cosas tuyas. Tu mujer al principio no quería a su nuevo rey, pero sus promesas terminaron cegándola y te abandonó. Tus hijos muertos ya no tienen otra opción que el descanso eterno. ¿Has pensado qué quieres para ti? ¿qué harás en el futuro?
-No lo sé. Pero una vez un sabio me dijo que la vida es el tesoro más valioso. Atesoraré mi vida y la cuidaré, porque es lo único que tengo y con ello me siento afortunado.
-Sabio es quien te dijo esas palabras, y sabio has sido tu al guardarlas en tu corazón. Espero que la vida te sonría y que aún te guarde algún papel más que desempeñar. Mientras tanto ten fe y esperanza, y nunca dejes de creer en ti y en tus posiblidades mientras te quede un poco de vida. Nunca sabes como o de qué manera van a suceder las cosas, y lo que hoy está arriba mañana está abajo.

Y diciendo esto se retiró dejando solo al rey que fue mendigo, al mendigo que recuperó su reino.


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